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Los pasos de la Coca Cola en Chiapas

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Por asuntos laborales la semana pasada y esta que se encuentra a la mitad, este servidor tuvo que trasladarme a algunos municipios de los Altos de Chiapas; en el trayecto carretero y ya en las localidades tres cosas llamaron poderosamente mi atención.

Primero los letreros en pequeñas localidades con una o dos vialidades pavimentadas y generalmente ubicadas en pendientes, donde las autoridades locales prohíben el exceso de velocidad imponiendo multas de entre mil y mil quinientos pesos al vehículo y al conductor que se atreva a desafiar la norma.

En segundo lugar, la destrucción de casas incendiadas y derruidas en el poblado de Mitzitón que puede observarse en los dos lados de la carretera, pero sobre todo, -conociendo los antecedentes de violencia intracomunitaria- la falta de vigilancia policiaca.

Al observar la falta de autoridad un compañero comentó acertadamente, -creo- “es como si el gobierno dijera: rómpanse la madre, a nosotros no nos interesa”.

Ya en las localidades y municipios rurales motivo de nuestro viaje me entero que la Coca Cola en envase de vidrio tiene un precio al público de 4 pesos. En la discusión con compañeros y lugareños sale a relucir que en otras localidades el precio es de cinco y máximo seis pesos y mi curiosidad me llevó a preguntarle a choferes de líneas de pasajeros en San Cristóbal.

Invariablemente se sorprendían de mi pregunta. Pero todos me contestaban con absoluta certeza que el fenómeno tiene algunos años, -bastantes según otros- y me ofrecían la lista: en Amatenango del Valle cuesta seis pesos, en San Juan Cancuc a cinco, en Aldama también es barata; el fenómeno se repite en Chamula, Larrainzar, Sitalá, Chalchihuitán y Mitontic.

 

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La semana pasada, tan pronto regresé a la capital expuse en redes sociales el fenómeno de la Coca Cola y los comentarios confirmaron los dichos de los lugareños. Ayer mismo, volví a constatar lo que observé en la primera visita.

Pero volviendo a mis primeras impresiones; -tal y como lo expuso un respetado economista chiapaneco en los comentarios del Facebook- mi mente acostumbrada a pensar en resolver los problemas de manera técnica; -bueno, eso digo yo- reconoció que lo que está sucediendo se conoce en las ciencias económicas como “mercados segmentados”.

Con ese nombre se conoce a las estrategias de marketing que consiste en hacer una división de un mercado objetivo (que generalmente es amplio) en una serie de consumidores que se parecen entre sí porque tienen necesidades y prioridades iguales o comunes.

De esta manera, cuando se conoce perfectamente al mercado, se diseñan estrategias para dirigirse a ellos. La idea es posicionar un producto en función de las características de la demanda, identificando los clientes.

Para esto es necesario que el mercado a segmentar cumpla con algunos requisitos, debe ser lo suficientemente grande como para obtener beneficios, debe ser lo suficientemente estable que no se desvanece después de algún tiempo y debe guardar el equilibro entre costo de producción y ganancias, entre otros aspectos.

En este sentido técnico, el mercado de la Coca Cola en los Altos de Chiapas es perfectamente segmentado porque la población indígena en el estado es grande, -casi uno de cada cuatro chiapanecos- en esto se incluyen motivos religiosos y si bien es pobre, las remesas y los usos y costumbres le dan al mercado una suficiente estabilidad que puede sostenerse en el tiempo.

Sin embargo el problema es amplio porque si bien los Altos de Chiapas representan un estupendo negocio para la Coca Cola, -y todo México claro está porque somos el consumidor mundial número uno de refrescos- la huella que está dejando la trasnacional refresquera en las comunidades indígenas es y será de consecuencias funestas.

Para empezar, está documentado que la Coca Cola llega a los Altos de Chiapas en el 2000 remodelando plantes de educación básica y regalando equipos de cómputo pero con el objetivo de detectar zonas ricas en agua para apropiarse de ellas vía compra a las comunidades.

Pero también, las cifras oficiales agravan el problema. México es el segundo consumidor mundial de refrescos, solo detrás de Estados Unidos. Pero en consumo per cápita México con 163 litros al año supera a los americanos que consumen individualmente 118 litros al año.

En nuestro país el 70 por ciento de la población se desayuna con bebidas gaseosas y si a esto se le agrega que en zonas indígenas el precio es bajo comparado con las zonas urbanizadas, cabe hacerse dos preguntas.

¿Qué pretende la Coca Cola al vender su producto más barato en zonas indígenas?

 

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¿Es ético este comportamiento empresarial?

Es evidente que la población consumirá lo que se le ofrezca a menos precio. En las comunidades indígenas si se le suma la elevada migración que se presenta, evidentemente que estará en puerta o está ya sucediendo un cambio en el régimen alimenticio de las comunidades.

Estas, ya de por si en evidente pobreza alimentaria cambiarán su pobre dieta con comida chatarra porque el alimento al que accede con más facilidad serán los refrescos azucarados. Es decir pobres, mal alimentados, pero gordos por consecuencia de la ingesta de los azucares de los refrescos embotellados porque existe un exceso calórico que provoca elevada proporción de grasa en el organismo que no es compensada con una alimentación balanceada.

A esto los expertos en nutrición le llaman “la obesidad de la pobreza”.

En Chiapas es difícil encontrar una alternativa que cancele el consumo de Coca Cola en las comunidades indígenas y en todos los hogares, puesto que el consumo es arraigado y la disponibilidad y acceso al agua potable en los municipios es baja.

Lo ideal es la conciencia en el hogar ya que como siempre sucede. Las acciones gubernamentales son pura retórica.

La Cruzada contra el Hambre, proyecto publicitado como la fórmula para abatir el hambre en el país según datos oficiales en casi dos años apenas ha beneficiado a 3 millones de mexicanos, cuando datos del CONEVAL al 2013, los pobres en este país contabilizan 53 millones, de los cuales 23 millones tienen algún tipo de pobreza alimentaria.

Unas cifras que hace patética, pobre y grosera la cantidad de 3 millones de beneficiarios. El solo atreverse a dar esta cifra con semejante universo por cubrir hubiera significado el cese al titular.

Pero en México se permite además que algunos de los patrocinadores de la Cruzada contra el Hambre sean PepsiCo y Coca Cola entre otros.

 

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No hay otro camino que la información para escapar de la obesidad de la pobreza, no hay otra manera más que cuidar nuestros mantos acuíferos de la voracidad de la trasnacional.

Como siempre sucede con los abusos corporativos y la omisión gubernamental, los más vulnerables son quienes sufren de peor manera las consecuencias de la voracidad empresarial.

Está claro que nada detendrá a la Coca Cola de inundar con enfermedades crónico degenerativas a las comunidades más pobres del estado.

Tampoco tendrá impedimento en seguir apoderándose de los mantos acuíferos de los Altos.

Igual que en Mitzitón, a la autoridad poco le importa la suerte de su gobernado.

Solo la sociedad organizada puede impedirlo.

Y ojalá que las comunidades encuentren la fórmula de protegerse, como lo hacen con quienes no respetan las reglas de tránsito.

Por lo pronto, regresemos a lo básico: menos Coca Cola y más pozol, aunque parezca jocoso.

 

Twitter: @GerardoCoutino

Correo: geracouti@hotmail.com


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